Muchos le llamaban “Héctor El Grande”, para otros era Héctor, también Suppici o por su doble apellido, Suppici Sedes.
En plena disputa de la carrera Buenos Aires-Caracas-Buenos Aires de Turismo Carretera, en la etapa que transcurría en el Desierto de Atacama, cuando se atravesaba el pueblo de Victoria en la zona Salitrera, al pasarse de la zona de aprovisionamiento, la Ford Coupé V8 fue embestida por la cupecita del argentino Sarantonello.
El piloto uruguayo sufrió un impacto tan grande con su cabeza contra el parante y la jaula, que le significó la muerte inmediata.
A 65 años de aquella tragedia en el Desierto de Atacama, no se puede olvidar el legado de Héctor Suppici Sedes, uno de los pilotos más grandes de todos los tiempos, con victorias a fines de las décadas de los ’20, pero fundamentalmente en los ’30, incluso ganando a nivel internacional, con el triunfo histórico en 1938 con la Ford Coupé v8 1935, en el Gran Premio Argentino del Sur de TC.
Aquel genio del volante que ganó tantas competencias en nuestro país y que fue de los fundadores de la Asociación Uruguaya de Volantes, que cayó el 4 de diciembre de 1948 en el Desierto de Atacama en Chile, dejó un gran legado histórico.
Su legado está dentro de su riquísima campaña deportiva ya sea de bacquets, voiturettes, roadsters o autos cerrados y la tendencia que comenzó a mediados de los ’30, con la utilización de las cupecitas V8 y además en Argentina, en el primer año del TC, fue el ganador de la carrera más importante, con 68 horas 44 minutos y venciendo por casi dos horas a su escolta más cercano.
Pero Héctor Suppici Sedes, por sobre sus triunfos, dejó un legado de conocimientos de tecnología al Automovilismo y a la industria automotriz con detalles que vemos y no valoramos.
Basándose en los tableros de un avión caza de los ’30, a su auto le puso una cantidad de relojes similares, que medían desde la presión de aceite, la cantidad del mismo y un variado instrumental.
Corriendo con una Ford A Roadster, le colocó un arco, que resultó un protector y que se le llamó arco antivuelco, para proteger a los tripulantes y lo mismo colocó en una bacquet.
En su cupecita Ford V8 de 1935, además del tablero lleno de relojes, de tener un dispositivo que podía cargar aceite desde dentro sin necesidad de parar, tenía una bomba para el aceite y otra para la nafta e incluso tenía tanques auxiliares que desde dentro se intercambiaban a medida que se terminaba la nafta.
Pero entre otros detalles y lo que vemos día a día o se usa sin saber, fueron inventos de Héctor Suppici Sedes, cuando en su Ford V8 le colocó una alfombras que colgaban de la parte de atrás de los guardabarros para que no tirara tantas piedras o barro y colocó sistemas de alfombras para minimizar los problemas con el barro.
Pero si uno ve alguna alfombra que ya viene como algo normal como una protección, tal vez la genialidad más grande fue un invento de Suppici Sedes, que revolucionó el ambiente y desde hace décadas es un aditamento que no puede faltar en ningún auto. Como en las pruebas largas de ruta se colocaban protectores a los parabrisas, para no estar parando a limpiar, el piloto uruguayo y uno de los fundadores de AUVO, dotó a su auto de un sistema que accionaba desde dentro y que consistía en un depósito de agua, con unas mangueritas que salían a través del capot del motor y mediante el accionamiento de una bomba desde dentro tiraba agua al parabrisas y lo limpiaba.
Ese detalle, que vemos como algo normal en la actualidad que debe traer cada auto, fue uno de los inventos de aquél piloto, artesano y fundador de AUVO, como fue Héctor Suppici Sedes, quien cayó para siempre, en un día como el de hoy, un 4 de diciembre de 1948, en plena disputa del Gran Premio Buenos Aires-Caracas-Buenos Aires de Turismo Carretera, en Victoria, en la Salitrera del Desierto de Atacama, donde hay monolitos que recuerdan a Héctor Suppici Sedes como asimismo el Homenaje de Salitrera y Victoria a los Caballeros del Camino.
El famoso compositor uruguayo Pintín Castellanos, autor del tango La Puñalada, que por mediación de Suppici por primera vez la interpretó Juan D’Arienzo con su orquesta, y por sugerencia de este, se le pasó a tango-milonga, y justamente, después de la victoria de 1938 en el Gran Premio del Sur, nuevamente Pintín Castellanos escribe, pero en este caso una milonga dedicada a esa gesta, denominada META FIERRO, que fue como un himno del Automovilismo por décadas.
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