Millones de personas celebran los 1 de mayo a nivel mundial. Fue un 1 de mayo de 1886 cuando se inició una huelga, reivindicando la jornada laboral de 8 horas, que tuvo su punto más alto tres días después, el 4 de mayo, la que acabó con varios obreros ejecutados. Los ‘Mártires de Chicago’, como se conoce a los obreros ejecutados tras la Revuelta de Haymarket, en Chicago, Estados Unidos, generaron tremenda repercusión internacional, y en el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, se fijó este día como el indicado para reivindicar al movimiento obrero, homenajeando a los fallecidos en reclamo de mejoras en la calidad laboral.
Casi un siglo después, en 1972, Emerson Fittipaldi se colgaba los laureles al rededor de su cuello, tras imponerse en el Gran Premio de España, en Jarama. También este día albergó tres Grandes Premios de San Marino: el de 1983, cuando el que descorchó el champagne fue Patrick Tambay, y en 1988, Ayrton Senna.
Pero seis años más tarde, nada hubo que festejar. Michael Schumacher llegaba a meta primero, en el tercer GP de San Marino celebrado en el Día Internacional de los Trabajadores, mientras que Ayrton Senna yacía en el hospital. El Maggiore de Bolonia sería su última morada, tras años plagados de éxitos, despertando el fanatismo de millones.
Si alguna palabra define casi con exactitud a Ayrton Senna, esa es carisma. Según la Real Academia Española, carisma tiene dos significados, el primero y general, la “especial capacidad de algunas personas para atraer o fascinar”, y el segundo, el religioso, “don gratuito que Dios concede a algunas personas en beneficio de la comunidad”. Y Senna era ambas.
Vaya si a lo largo de su truncada carrera tuvo esa “especial capacidad” para atraer o fascinar. Su modo de conducirse en pista, y su modo de conducirse en la vida lo hizo inmortal, cosa que también logró por su especial y siempre presente relación con Dios.
Su legado, imposible de igualar. De nada vale sobreponer números fríos ante su estilo, de nada sirven las comparaciones, nada puede hacer cambiar las millones de voces que continuamos prefiriendo a Senna.
Y si de carisma, de ese halo inexplicable que cubría a Senna hablamos, nada como recordar aquella mítica clasificación en Mónaco, en 1988, cuando vapuleó a sus rivales para obtener la pole position con el McLaren MP4/4.
“Recuerdo que iba más y más deprisa en cada vuelta. Ya había conseguido la pole por unas décimas de segundo, luego por medio segundo, después por casi un segundo y, al final, por más de un segundo. En aquel momento me di cuenta, de repente, que estaba pasando los límites de la consciencia. Tuve la sensación de que estaba en un túnel; no sólo el que hay realmente, sino que todo el circuito, para mí, era un túnel. En ese momento me sentí vulnerable. Había superado mis propios límites y los del coche, límites que jamás había alcanzado. Aún mantenía el control, pero no estaba seguro de lo que estaba sucediendo exactamente: yo corría… y corría… Fue una experiencia espantosa. De repente me di cuenta de que aquello era demasiado. Fui despacio hacia los boxes y me dije a mí mismo que aquel día no regresaría a la pista. Fue una experiencia que nunca más se repitió con tanta intensidad, y deliberadamente, no volví a permitirme llegar tan lejos”.
Tras ese tremendo ritmo, Senna lideraba la carrera, cuando, tal vez por una pérdida de concentración, terminó contra los muros: “El accidente me dio mucho que pensar, me hice muchas preguntas. Aquello no fue sólo un error de pilotaje. Era el resultado de una lucha interna que me paralizaba y me convertía en invulnerable. Tenía un camino hacia Dios y otro hacia el diablo. El accidente sólo fue una señal de que Dios estaba allí esperándome para darme la mano”.
El mismo Dios estaba en Tamburello, seis años más tarde, esperándolo de brazos abiertos. Desde acá, todos cinchaban de Senna, pero la fuerza de miles de fanáticos, aficionados, y personas que por alguno u otro motivo conocían a Ayrton no fue suficiente para evitar que Dios, su Dios, lo tomara de la mano.
El deporte perdió su máximo exponente, la Fórmula 1 se quedó sin su máximo ídolo, y la historia se quedó sin uno de los mejores pilotos, pero su legado nunca desaparecerá.
Hasta siempre campeón!
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