Me sentí decepcionado por el final del Gran Premio de Mónaco. Es que me aprestaba a ver la gran lucha entre Vettel y la voracidad de sus escoltas, Alonso y Button, pero me la robaron.
No importa que propició la detención de la carrera, pero si me importa la hipocresía de una regla que en aras de “seguridad de los pilotos” permitió cambiar los neumáticos antes de reiniciar la carrera para las últimas seis vueltas.
¿No era que le pidieron a Pirelli que hiciera gomas que propiciaran luchas estratégicas? La de ayer, en un circuito que genera habitualmente carreras aburridas, prometía un final espectacular y justamente por tres maneras muy distintas de pelear la victoria: Vettel, eligiendo correr mas de 60 vueltas con los mismos neumáticos tras una sola parada; Alonso, con dos recambios y Button con tres.
¿Podría el alemán sostener la punta? ¿Cuanto mas durarías esas gomas? ¿Cómo y dónde apretaría el español? ¿Y el inglés, con las super blandas se arriesgaría?
Las preguntas quedaron sin respuesta porque el reglamento así lo quiso y habría que modificarlo. ¿Seguridad? Bueno, entonces que prohiban, por ejemplo que un piloto circule mas de 30 vueltas con los mismos neumáticos, no? Si esto suena ridículo, también lo es que les permitan cambiar en aras de una seguridad que, en el automovilismo, la juzga quien corre, aceptando en sus apuestas los riesgos que implica.
Vettel se la jugó por su táctica a sabiendas de los riesgos implícitos y si se despistaba porque sus neumáticos no aguantaban, bueno esto no sería otra cosa que una de las consideraciones previas al haber tomado la decisión de no parar.
Ver a los Fórmula Uno serpenteando absolutamente al límite por las calles del Principado y luego preocuparse por la seguridad de los neumáticos es absolutamente ridículo. Y ayer, atentó contra el espectáculo.
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